Deseo...
Lujuria…
Desenfreno…
Eso era lo que se respiraba en las inmediaciones de aquella mansión.
Hincó sus colmillos en su yugular y succionó la tan ansiada esencia de su amante. Él se retorcía bajo sus brazos, absorto por completo en el frenesí que suponía el veneno del vampiro al circular por el torrente sanguíneo. Su erección era descomunal, aprisionaba bajo la tela de sus pantalones deseosa de liberarse de una vez.
La noche acababa de comenzar en el salón de la imponente mansión. Cada noche, muchos humanos acudían para pasar una velada en la que se potenciaban todos sus sentidos y se dejaban llevar por el frenético baile de la sensualidad.
Erzebeth lo disfrutaba, adoraba cuando ellos mismos se ofrecían como carnaza para que probara sus cuellos. Jared era perfecto, con su cabello hasta los hombros y su barba masculina, sus ojos verdes destacaban con la luz roja del salón privado en el que se encontraban y su cuerpo era perfecto para ser saboreado durante horas, un poco pálido, pero exquisito.
Tras tantos siglos de vida, la monotonía se apoderaba de su existencia, así que cuando uno cuantos de su raza tuvieron la fantástica idea de crear un rincón exclusivo para desatar su intenso deseo, no dudó en unirse a la aventura.
Adoraba el sexo, el placer… culminar en éxtasis junto a una persona que la hiciera tocar las estrellas. No todos sus amantes eran experimentados, sin embargo, Jared, era uno de esos que repetían siempre con ella y no dejaba que nadie se lo arrebatara.
Ya se conocían.
Separó su boca de la yugular y se relamió los restos. El hombre entreabrió la boca, excitado hasta el extremo.
La mordida del vampiro era afrodisiaca, y llevaba yendo hacia los brazos de su Erzebeth desde hacía casi una década.
Nunca se cansaba. Se volvió adicto a ella. Su conexión en la cama era tal, que sabía con exactitud todos y cada uno de los lugares sensibles de la vampiresa.
Atrapó sus labios y probó su propia sangre. Sus lenguas se enredaron y la acogió entre sus brazos, preparado para complacerla y presenciar como su rostro se contraía por el placer y dibujaba esa mueca de éxtasis que tanto lo incendiaba, con sus carnosos labios apretados y sus ojos tornándose en un rojo pasional.
Inició un suave recorrido por su espalda y se entretuvo entre las cuerdas de su corsé. Adoraba verla con uno puesto, porque su busto se alzaba de tal forma que la convertía en una total delicia. Lo aflojó con delicadeza, mientras ella le acariciaba el cuerpo, se deshizo de él y descubrió sus voluptuosos pechos.
Era preciosa. Su piel blanca tenía apariencia de porcelana. Daba la sensación de que si la tocabas, era capaz de romperse, sin embargo él sabía que esa era tarea imposible.
Era fiera, ardiente… una bestia insaciable. Se compenetraban a la perfección en los juegos de cama y no tenía pudor alguno. A pesar de saber que ella tenía muchísima más experiencia, nunca lo frenaba, pues él se desinhibía y se convertía en un total experto.
La cogió de las caderas y la pegó contra su cuerpo. Su miembro continuaba aprisionado bajo la tela y ella se encargó de darle la tan ansiada liberación, con un descenso lento y tortuoso, que lo hizo gemir con un suave roce de sus labios contra su miembro.
Luego se alzó. Le dedicó una lasciva sonrisa que dejaba a la vista la extensión de sus colmillos. Lo masajeó con una mano y lo pegó contra su sexo. Tenía necesidad de introducírselo, mas quería alargar el momento pues el humano estaba deseoso de ser quién la colmara de placer. Además quedaba una barrera de por medio, que fue derruida en el instante en que Jared se deshizo de su voluptuosa falda para dejarla por completo a su merced. No llevaba ropa interior, su monte de venus se apreciaba a simple vista y su deseo por recorrerlo con sus labios y su lengua, crecía a cada instante.
Era enloquecedora.
Lo guio hasta la enorme cama que ocupaba parte de la sala en la que estaban, luego le dio a él el control.
La tumbó sobre ella y gateó sobre su cuerpo. Ahí comenzó un lento y tortuoso recorrido con su lengua desde su cuello, hizo una parada en el primero de sus montículos y escuchó su gemido cuando lo mordisqueó con rudeza. A ella no le gustaban las medias tintas, el dolor siempre formaba parte del placer para hacerlo todavía más excitante.
—¿Cómo quieres que te sorprenda hoy, mi amada Erzebeth? —le preguntó con voz ronca, preludio de su deseo.
—Eso es algo que solo tú debes decidir, querido. Estoy a tu completa disposición —le susurró y mordió su labio de forma seductora. Un hilillo de sangre descendió por su comisura.
Jared la lamió, probó la sangre de la vampiresa y gruñó antes de prepararse.
La cogió de las manos y las colocó por encima de su cabeza, luego cogió unos grilletes que siempre estaban atados al cabecero y la amarró.
Quería tenerla a su merced, recorrerla sin descanso. Redescubrir esos recovecos que tantas veces había atendido.
Sus noches de pasión duraban horas. Las prisas no entraban en su mundo de deseo. Cada movimiento era lento, metódico y sensual. Toques certeros para aumentar la lujuria que empañaba el ambiente y los absorbía en un estado donde el pecado cobraba vida.
Separó sus piernas con un suave recorrido de sus manos, y se deleitó con el brillo de la humedad de su sexo. Erzebeth estaba preparada, Jared se colocó a los pies de la cama y se armó con una pluma que guardaba en un armario con el resto de juguetes. La acarició con ella, inició por sus pies, luego continuó su recorrido con suma suavidad hasta llegar a su sexo y se entretuvo en él con picardía, a sabiendas de lo que era capaz de conseguir.
Notaba cada roce, cada caricia. La lentitud no hacía más que aumentar la intensidad, el deseo. Volvió a morder sus labios y con ello ocultó el gemido que pugnaba por salir de su garganta, cuando sus manos rozaron sus húmedos pliegues. Lo miró con lascivia y se encontró con su mirada cristalina rodeada por un brillo cegador.
Se lanzó a saborearla sin cortar el contacto de sus ojos. Su sabor penetró en su boca como un ancla introduciéndose en el mar. La saboreó con deleite y con el fino mango de la pluma la penetró, luego su lengua fue a parar a ese botón que se mostraba hinchado y rosado por los toques.
Erzebeth gimió, en alto, sin poder esconder lo que aquellas caricias provocaban en su organismo. Todavía circulaba por su garganta la sangre de aquel humano, y además de proporcionarle vida eterna, causaba que todo lo sintiera con mayor agudeza.
Se corrió en un suspiro. Jared jugueteó con tal maestría que la excitó tanto que no pudo controlar el gemido de su garganta cuando la arrastró en su primer orgasmo. Gateó sobre su cuerpo, iba relamiéndose y le dedicó una sonrisa lasciva antes de condenar a su boca a la prisión de su lengua.
Se encajó entre sus piernas, momento que ella aprovechó para rodearlo y así sentir como su erecto miembro impactaba con sutileza contra su sexo. Jared no se separaba, continuaba la lucha de sus bocas, pero sin perder tiempo descendió su mano y guio su erección hasta el interior de su entrada.
Gimieron al unísono. De un fuerte empujón, la penetró sin piedad. La vampiresa mordió su labio y succionó unas gotas de su esencia vital, deleitándose con demencia de su intenso sabor acaramelado. Cada humano tenía el suyo propio, pero solo el de él le resultaba sumamente irresistible.
Emprendió un viaje hacia el infierno, donde el placer era el único protagonista, y disfruto de las lentas acometidas que propiciaban que su lujuria fuera en aumento. Jared era comedido, pero a la vez rudo, una mezcla perfecta que la excitaba hasta el borde de la locura. La agarraba de las piernas, profundizaba y también aprovechaba para atender su clítoris y así llevarla a la liberación.
Todavía no terminaba, mas ella se corrió de nuevo. El humano aumentó su ritmo hasta el punto de que su cabeza chocaba contra el cabecero. Seguía atada, así que no podía tocarlo, aunque sentía la necesidad de liberarse con su poder y recorrerlo por entero.
Quería arañar su espalda, su torso, pellizcar sus pezones y juguetear con su miembro. Pero no le daba opción, quería ser él el único con la oportunidad de obrar a su antojo y de vez en cuando le dejaba cumplir sus deseos.
Ella era dominante, pero con él tenía tanta confianza que se dejaba hacer, porque sabía que la complacería con excelencia.
La intensa tortura sexual continuó durante mucho tiempo. Jared salía de su interior de vez en cuando para devorar su intimidad, y explotaba de placer sin descanso. Su muerto corazón latía frenético cada vez que la asolaba un orgasmo, había perdido la cuenta de tantos, pues su cerebro llegó a un punto en que se desconectó. Pronto llegaría el amanecer y la mansión cerraría sus puertas de nuevo, así que Jared exprimió esos últimos minutos con un frenesí brutal de embestidas que lo trasladaron a uno de los mejores orgasmos de su vida.
Besó a su vampiresa, con pasión, extasiado de placer y le ofreció una vez más su cuello para que se saciara y que con ello pusiera fin a la increíble noche que compartieron, bajo los oscuros muros de esa mansión sangrienta y llena de placer.
Volvería…
Siempre lo hacía, pues el embrujo de Erzebeth Bathory, era tan intenso, que no podía dejar de regresar a sus brazos.
Melanie Alexander
Relato finalista en convocatoria de relatos
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